GUIONES Y RUTINAS: ACCIONES DEL PROFESORADO DESDE LA
PEDAGOGÍA CIENTÍFICA
SCRIPTS AND ROUTINES:
ACTIONS OF THE EDUCATORS FROM THE SCIENTIFIC TEACHING
Rosa Viviana Torres Martínez
Magíster en Ciencias de la Educación
Universidad de San Buenaventura Bogotá
Fecha de Recepción:
10 de octubre de 2023
Fecha de Aprobación:
11 de diciembre de 2023
ISSN: 2954-5781 (En línea)
DOI: https://doi.org/10.61447/20231211/art3
Citar artículo como:
Torres, V. y otros (2023).
Guiones y Rutinas: Acciones del Profesorado desde la Pedagogía Científica Discimus. Revista Digital
de Educación, 2(2), 47-64.
http://revistadiscimus.com
Resumen
La pedagogía científica toma fuerza en el marco de
las propuestas realizadas por María Montessori durante la primera mitad del
siglo XX, su eje se encuentra en la idea de incorporar discursos y prácticas
médicas, biológicas y antropológicas al campo educativo con el fin de
fortalecer los procesos de aprendizaje de los individuos para lograr avances en
su desarrollo físico, psicológico y comportamental, atendiendo a sus
necesidades cognitivas y sociales. Bajo esta perspectiva, se le asigna al
profesor el rol de acompañante y guía del proceso de los educandos y se
establecen para él una serie de guiones y rutinas que se convierten en
instrucciones que debe cumplir para alcanzar los objetivos propuestos en el
marco del aprendizaje.
Esta visión respecto al papel del profesor se
contrasta con propuestas más recientes, las cuales amplian
el horizonte de sentido sobre la profesión docente y sus implicaciones en los
procesos de formación de sujetos; en esta línea, se exploran algunos postulados
de los estudios sobre el conocimiento del profesor, donde se establece que los
guiones y rutinas, más allá de concebirse como un aspecto instruccional, son un
tipo de saber tácito que mantiene el profesorado durante la enseñanza, el cual
se construye en un contexto específico y se representa en la secuencia de
acciones estructuradas que de forma inconsciente son implementadas por el
profesor.
Palabras Clave:
Pedagogía científica, guiones y rutinas,
conocimiento profesional del profesor.
Abstract
Scientific
pedagogy gathers strength in the frame of the proposals made by María Montessori during the first half
of the XX century. The edge it has can be found in the idea of intertwining
discourses and medical, biological and anthropological
practices in the education field, to strengthen the learning processes in the
individuals and to achieve advances in their physical, psychological and
behavioral development. Under this perspective, the teacher gets assigned the
role of accompanying and guidance of the process of the students and for it, a
series of scripts and routines are established, which will become instructions
that the educator must accomplish to reach the objectives proposed in the
learning framework.
This vision regarding the
role of the teacher can be contrasted with more recent proposals, which expand
the horizon of meaning around the teaching profession and the implications it
has in the process of forming individuals. Accordingly, some hypotheses are
explored about the studies of the knowledge of the pedagogue where it is stated
that scripts and routines, more than being an instructional aspect, is an
unspoken way of knowledge that the educators maintain during the teaching
process, which is built in a specific context and is represented in the series
of structured actions than unconsciously are used by the teacher.
Keywords:
Scientific pedagogy, scripts and routines,
professional knowledge
Introducción
El presente documento es producto de un ejercicio de reflexión
realizado en el marco del desarrollo de la Cátedra Doctoral en Educación y
Pedagogía: “Año María Montessori: Mujeres en educación y pedagogía” de la
Universidad Pedagógica Nacional. A lo largo del artículo, se plantean dos
perspectivas sobre la manera de concebir al profesor dentro de su campo de
acción profesional, centrándose en el análisis de los guiones y rutinas, que,
cada una de ellas, considera mantiene el profesorado durante la enseñanza.
En
primer lugar, se toman como punto de partida las propuestas educativas que se
desprenden de las investigaciones realizadas por María Montessori, a partir de
allí, se exponen algunos elementos relacionados con la pedagogía científica y
el papel que se le atribuye al maestro como observador y acompañante del
aprendizaje de los individuos; en segundo lugar, se establecen algunas
consideraciones en torno a los estudios sobre el conocimiento del profesor, en
los cuales se asume que el docente como profesional mantiene un estatuto
epistemológico propio, diferenciado de las disciplinas y que se construye en un
contexto específico que se encuentra mediado por la intencionalidad de la
enseñanza, en este marco se concibe al profesor como un sujeto discursivo y productor
de sentido que con la mediación de sus acciones promueve la existencia de
sujetos.
A partir de lo anterior, se plantean los siguientes interrogantes
como referente de reflexión sobre el tema en cuestión: ¿Cuáles
son los guiones y rutinas que debe mantener el profesor según los
planteamientos de la pedagogía científica? ¿Cómo se conciben los guiones y
rutinas desde la perspectiva del conocimiento del profesor? y ¿De qué manera
los guiones y rutinas que mantiene el profesorado aportan a los procesos de
enseñanza y aprendizaje?
La pedagogía científica
Durante finales del siglo XIX e inicios del XX destacan en el
campo educativo los postulados de María Montessori[1] quien propuso un método de
aprendizaje creado con la intención de atender a los niños que para la época se
reconocían como “anormales”, dando lugar a una serie de reformas en la
educación, que tomaron como base los referentes planteados por lo que se denominó:
pedagogía científica, la cual “instala en la escuela moderna discursos y
prácticas médicas, biológicas, antropológicas en el campo de la pedagogía”
(Montero y Moreno, 2011. p, 1).
En
este marco, se desarrolló una visión de escuela y educación centrada en el
logro de un adecuado desarrollo físico, psicológico y cognitivo del individuo,
atendiendo a los estándares de “normalidad” propios de la época, situación que
desembocó en un replanteamiento de las formas de enseñanza tradicionales que
privilegiaron la reproducción de saberes disciplinares por medio de la
repetición y memorización de contenido, y, que emplearon el castigo físico y
psicológico como herramienta de poder y autoridad del maestro, quien se
consideraba “el agente indiscutible del proceso educativo, como un sujeto real,
cuya tarea indeclinable es “llenar” a los educandos con los contenidos de su
narración” (Freire, 1970, p. 71).
Esta
situación, sumada al desconocimiento frente a la manera de atender a los
individuos con deficiencias físicas, cognitivas o comportamentales, llevaron a
Montessori (1909) a estudiar casos de población que padecía de estas
condiciones e influenciada por algunos médicos y psiquiatras como Lombroso[2] y Séguin[3],
propone un método cuyo fin fundamental es “producir una serie gradual de
estímulos mentales, comportamentales y motores mediante el uso de material
didáctico” (Montero y Moreno, 2011. p, 4), diseñado con el fin de brindar a los
niños los recursos ambientales y físicos precisos para atender sus
particularidades y necesidades, especialmente a nivel cognitivo.
El
método Montessori (1909) se basa en las teorías médicas, biológicas y
antropológicas que reconocen el proceso de observación como un elemento
fundamental para realizar el estudio detallado de las potencialidades y
capacidades del individuo, con el fin de determinar no sólo sus necesidades de
aprendizaje, sino de identificar las particularidades de los niños en relación
con la concepción de normalidad que predominaba en la época, donde las
deformaciones físicas, la mal nutrición (raquitismo), los bajos niveles de
inteligencia (idiotez) y la falta de adaptación social eran indicadores de
personas anormales o antisociales.
Fue
así como interesandome por los idiotas vine en
conocimiento del método especial de educación, ideado para estos infelices por
Eduardo Séguin, empecé a penetrarme en la idea
entonces naciente, de la eficacia de los “tratamientos pedagógicos” para curar
varias formas morbosas como la sordera, la parálisis, la idiotez, el
raquitismo, etc. (Montessori, 1909. p, 43-58).
Así,
el método se presentó como una alternativa terapéutica pedagógica que pretendía
mejorar las condiciones de aprendizaje de este tipo de población, a partir del
uso de materiales didácticos que privilegiaron el desarrollo de la motricidad,
el pensamiento lógico y la adquisición de comportamientos saludables e
higiénicos sobre la interiorización de contenidos disciplinares, pues el
objetivo fundamental era reducir de forma espontánea las anomalías que
caracterizaban a la personas enfermas. En este sentido, se establecen unos
elementos básicos para lograr que los niños desarrollen sus habilidades y
destrezas con normalidad, destacando que se debe propender por un aprendizaje
centrado en la adecuación del ambiente, la organización de los materiales, la
disposición del adulto como acompañante del proceso, el respeto por los ritmos
de aprendizaje y la preparación de tareas que permitan que el individuo actúe
con libertad frente a la toma de decisiones sobre la manera en que va a
utilizar el material y las actividades que desarrollará.
Lo
anterior, sintetiza las ideas que constituyen la esencia de la pedagogía
científica, la cual plantea que la infancia es el período preciso para atender
las inconsistencias genéticas y biológicas que pueda presentar el individuo, y
que la escuela como espacio de socialización y formación es el lugar indicado
para llevar a cabo el tratamiento de corrección de las deficiencias; entonces,
se instaura el discurso médico en el campo educativo, incorporando conceptos
como: pedagogización clinica
del niño, funcionalidad del aprendizaje y práctica sanitaria de la pedagogía en
la escuela (Montero y Moreno, 2011), ideas que traen consigo unas implicaciones
para la forma de entender la educación y los desarrollos a nivel pedagógico.
Esta
perspectiva abre paso a entender la escuela desde una mirada científica, la
cual considera que los niños deben ser tratados a la luz de los postulados
clínicos, biológicos y antropológicos, en los que se establecen los procesos de
observación y diagnóstico del individuo como elementos fundamentales para
reconocer sus características físicas, cognitivas y comportamentales, con el
fin de determinar el tratamiento adecuado para el infante y lograr su
normalización y humanización; así pues, se considera que la primera
responsabilidad del maestro consiste en diagnosticar adecuadamente las
condiciones de los individuos para clasificarlos según su nivel de
inteligencia, desarrollo físico, capacidad de aprendizaje y escala de
comportamiento, aplicando instrumentos médicos (test) que le den las bases para
el diseño e implementación de los materiales didácticos adecuados para la
población que atiende. Al respecto, es posible afirmar que en esencia:
La
pedagogía científica permite encargarse especialmente de los individuos
anormales para protegerlos y defender a los niños sanos en su desarrollo
conforme a las leyes biológicas, ayudando a cada alumno a adaptarse al medio
ambiente que le corresponde; es decir, encaminándolos hacia la clase de
aprendizaje y de trabajo más adecuados a su temperamento y a sus tendencias
naturales, para no propiciar en ellos más desviaciones por una inadecuada
atención (Montessori, 1913, como se citó en en
Montero y Moreno, 2011, p. 8).
Es
así como la pedagogía científica sugiere que la transmisión de saberes
disciplinares no debe ser la tarea primordial del profesor, sino que en su
práctica pedagógica debe privilegiar la generación de ambientes de aprendizaje
que favorezcan el desarrollo de las habilidades y destrezas del niño según sus
particularidades. Además, considera importante erradicar de la cotidianidad de
la escuela, aquellas tendencias conductistas que privilegian el premio y el
castigo como métodos de represión y adoctrinamiento; en cambio, se plantea la
aplicación de tratamientos médicos que sean favorables para corregir el tipo de
desviación que se presente.
Bajo
esta perspectiva, la pedagogía científica le asigna al profesor dos papeles;
por un lado, el de aplicador de instrumentos médico-pedagógicos, y, por el
otro, el rol de acompañante y guía del proceso de los educandos y se establecen
para él una serie de guiones y rutinas que se convierten en instrucciones que
debe cumplir para alcanzar los objetivos propuestos en el marco del
aprendizaje.
Guiones y rutinas del profesor desde la
pedagogía científica
Según Shulman (1986), para comprender el papel que cumple el
maestro en la enseñanza es fundamental realizar un ejercicio de análisis
teniendo en cuenta dos aspectos: el primero se encuentra relacionado con el
pensamiento del profesor, entender qué, cómo y por qué piensa de determinada
manera al enseñar permite construir un horizonte de sentido sobre su quehacer;
el segundo se relaciona directamente con las acciones que ejecuta el maestro en
el acontecimiento de la clase, las cuales se encuentran definidas,
precisamente, por su pensamiento. Entonces, al tratar de interpretar el rol que
asume el profesor desde la mirada de cualquier modelo pedagógico, es necesario
profundizar no solo en lo que hace sino sobre lo qué piensa.
En
este sentido, se establecen algunas cuestiones que abordan las tareas,
conductas y prácticas de enseñanza que se les atribuyeron a los profesores con
la aparición de la pedagogía científica, entendiéndose como los guiones y
rutinas que se suponía debían mantener para responder a las exigencias del
método Montessori (1909) y a las transformaciones educativas que se vivieron a
raíz de sus planteamientos durante el siglo XX.
Al
hablar de guiones y rutinas se hace referencia al conjunto de acciones
intencionadas o no que estructuran y dan vida a las decisiones que toma el
profesor durante el desarrollo de su labor, estas se encuentran en la base de
su pensamiento. Para Schank y Abelson
(1995), las personas poseen scripts
(guiones de acción) que se convierten en prácticas cotidianas y muchas veces se
ejecutan de forma inconsciente; en el caso del profesor, se conciben como:
Entidades
teóricas que permiten capturar e
interpretar los aspectos del pensamiento del profesor, a veces los aspectos más
tácitos de la enseñanza, como las creencias, conocimien-tos
y objetivos en la acción y, por otro lado, comprender cómo estas cogniciones
interactúan entre sí en un contexto particular de enseñanza (Montero, Carrillo
y Aguaded, 2009, p. 78).
Por
ejemplo, en la pedagogía tradicional se mantiene una concepción de profesor
como reproductor de conocimientos, su labor en la escuela se centra en la
transmisión de saberes disciplinares con el fin de lograr que los alumnos
memoricen los conceptos de la forma más fidedigna posible y que den cuenta de
ello en los exámenes que se califican con fines reprobatorios; de ahí que,
dentro de los guiones y rutinas propias del profesorado, se incorporan acciones
centradas en la repetición de contenidos y en la aplicación de premios y
castigos como recurso de adoctrinamiento y símbolo de autoridad ante individuos
vacíos de saber. Además, los maestros emplean un discurso autoritario y dentro
de sus rutinas se encuentra el uso del pizarrón, el dictado y la elaboración de
planas como recursos de aprendizaje, se mantienen prácticas como recitar la
oración, ponerse de pie en presencia del maestro y organizar las filas del
salón una tras otra.
Lo
anterior, alude a los guiones y rutinas que estructuran la labor del maestro
durante el siglo XIX y se convierten en una representación de las creencias,
conocimientos y objetivos que direccionan el proceso educativo para la época.
Ahora bien, con la aparición de los postulados propios de la pedagogía
científica impulsada por Montessori (1909), se propone un cambio de visión
respecto a la posición que ocupa el profesor en la educación.
En
primer lugar, para la pedagogía científica es imperativo que se produzca una
transformación en la relación profesor-alumno, lo que se busca es que el
maestro se convierta en un acompañante y guía del proceso de aprendizaje de los
estudiantes y que sus rutinas se concentren en el control del ambiente, el
diseño de los materiales y la conducción de los individuos hacia lo que desean
conocer, aquí, no tiene importancia la adquisición de saberes disciplinares,
sino los comportamientos que se logren normalizar en los individuos.
En
segundo lugar, se establece la necesidad de ajustar el discurso autoritario que
caracteriza al profesorado de los modelos tradicionales por uno más dócil, pues
la intención es aplicar el método y llevar al niño a que emplee los materiales
didácticos según su interés, lo cual se puede ver afectado si el profesor
utiliza expresiones que generen sentimientos de temor o angustia en el
aprendiz, de ahí que la práctica del castigo también se considera debe
erradicarse.
En
tercer lugar, se propone incorporar al discurso pedagógico expresiones propias
del ámbito de la salud e higiene, al considerarlos aspectos fundamentales para
el desarrollo de los infantes, la idea es que el profesor tenga un conocimiento
del lenguaje técnico-científico propio de la medicina para que pueda involucrar
dentro de sus acciones, algunas tareas en las que aplique los test o
instrumentos médicos que le permitan clasificar y determinar el grado de
normalidad de los estudiantes que tiene a cargo, así, se logra establecer la
correlación entre la labor médica y las orientaciones pedagógicas que
constituyen la esencia del aprendizaje dentro del método en cuestión.
Como
se evidencia, uno de los fines de la pedagogía científica consiste en la
definición precisa de las tareas a desarrollar por parte del profesor, quien
debe dedicar gran parte de sus acciones al estudio del niño en edad escolar, a
registrar en las cartillas biográficas[4], los datos obtenidos
producto de las mediciones periódicas de talla, contextura, capacidad
intelectual y peso de cada uno de los individuos; así mismo, se ocupa de
aspectos relacionados con la disciplina, la aplicación de procedimientos para
mantener la salud e higiene en los menores, el desarrollo de prácticas
gimnásticas que contribuyan al fortalecimiento de la motricidad y a la
adquisición de comportamientos adecuados para la vida cotidiana, siempre
respetando los espacios y generando experiencias prácticas que potencien la
autonomía del infante, al respecto se considera que:
Una
acción pedagógica sobre los niños pequeños, para ser eficaz, debe ayudarlos a
avanzar por el camino que conduce a su independencia. Ayudarles a aprender a
andar, a correr, a subir y a bajar las escaleras, a levantar del suelo objetos
caídos, a vestirse y a desnudarse, a lavarse, a hablar para expresar claramente
las propias necesidades, a buscar el modo de satisfacer sus deseos: he aquí la
educación que conduce a la independencia (Montessori, 1909, p. 102-103).
Estos
postulados también incidieron en los procesos de formación de maestros, en las
reformas educativas se incluyeron cambios en los currículos de enseñanza para
la profesionalización del profesorado, se generaron una serie de requisitos a
tener en cuenta para lograr una instrucción eficaz frente a lo que se debía o
no hacer dentro de las prácticas de aprendizaje; por ello, se incluyeron
lecciones sobre el estudio individual del niño y sus características, se buscó
potenciar el desarrollo de capacidades para la interpretación y análisis del
comportamiento humano, se abordaron temas relacionados con las teorías sobre
clínica pedagógica y la aplicación de instrumentos médicos y psiquiátricos para
aprender a clasificar a los niños sanos de los enfermos. En suma,
las
bases para la formación intelectual docente se encuentran en la aplicación del
método, en el uso de materiales didácticos, en el entrenamiento de una mirada
capaz de distinguir cualidades y semejanzas psicológicas, físicas y mentales,
así como en el registro sistemático y puntual de datos (Montero y Moreno, 2011,
p. 16).
Hasta
este punto se establecieron algunos guiones y rutinas que la pedagogía
científica declara debe mantener el profesor en su práctica cotidiana, estos se
plantean de forma instruccional; es
decir, se presentan como un manual de acciones médico-pedagógicas que el
maestro aplica para lograr un aprendizaje efectivo durante la infancia y con
ello responde a los propósitos de normalidad instaurados para la época, así, su
labor se reduce la ejecución de acciones sistemáticas y rutinarias en las que
no hay lugar para la reflexión sobre las propias experiencias.
Al
respecto, es necesario plantear que la pedagogía científica sugiere que el
conocimiento del profesor se funda en saberes provenientes de la medicina, la
biología y la antropología, y, desde esta mirada no se da un lugar
significativo al maestro como profesional, ni a la enseñanza como parte
fundamental dentro del proceso de formación, pues la atención se centra en la
manera en qué se aplica el método para el aprendizaje y en el adiestramiento
del individuo, al punto que en algunos postulados se llega a insinuar que el
niño puede aprender sin ayuda del profesor.
Si
bien es cierto la pedagogía científica se presenta como una alternativa de
educación revolucionaría para las condiciones de la época en la que surgió y
sus postulados sirvieron como base para impulsar una reforma educativa
necesaria en su momento, vale la pena analizar y reflexionar sobre el alcance
del método para las necesidades educativas y la realidad de las infancias en la
actualidad.
De
ahí, surge la intención de contrastar los aportes de la pedagogía científica
con perspectivas recientes, haciendo énfasis en los cambios que se han
presentado respecto al papel del profesor, lo cual, amplia el horizonte de
sentido sobre la profesión docente y sus implicaciones en los procesos de
formación de sujetos. En esta línea, se exploran algunos postulados de los
estudios sobre el conocimiento del profesor, donde se establece que los guiones
y rutinas, más alla de concebirse como un aspecto
instruccional, son un tipo de saber tácito que mantiene el profesorado durante
la enseñanza, el cual se construye en un contexto específico y se representa en
la secuencia de acciones estructuradas que de forma inconsciente son
implementadas por el profesor.
El conocimiento profesional del profesor
Al realizar un recorrido por algunas perspectivas históricamente
construidas en torno a la profesión docente, aparecen diversas visiones
respecto al saber epistemológico fundante de su conocimiento. Una de ellas, se
encuentra en la postura tradicional que considera al profesor como un
transmisor de los saberes disciplinares que enseña; bajo esta mirada, su rol se
limita a la reproducción total o parcial de los conceptos provenientes de las
comunidades científicas y se reduce su quehacer a la repetición de contenidos
académicos, como ya se mencionó, está idea permaneció instaurada en la
concepciones de educación imperantes durante el siglo XIX y parte del XX.
Aquí
se encuentra el fundamento de los enfoques pedagógicos y didácticos
tradicionales, que condicionaron las prácticas educativas, y, en consecuencia a
la profesión docente a la transferencia de saberes, ocasionando que los
currículos y los modelos de enseñanza de la época, se enfocaran en la réplica
de los contenidos científicos, situación que trajo consecuencias no sólo en los
procesos de formación de maestros sino en las formas de entender la educación;
pues, dichas ideas se arraigaron a nivel social y cultural, al punto que se
mantuvieron a lo largo de los años en los escenarios educativos, e incluso, en
la actualidad se encuentra que los currículos se fundamentan en los contenidos
de carácter disciplinar y dejan de lado las construcciones particulares que
realiza el profesor sobre los conocimientos que enseña.
Una
situación similar se vivió con el surgimiento de la pedagogía científica, la
cual, aunque planteó la necesidad de despojar de las prácticas educativas los
métodos de enseñanza tradicionales, limitó el rol del profesor al diseño y
aplicación de materiales didácticos que sirvieran como recurso de aprendizaje e
incorporó en su discurso expresiones propias del campo médico, tal vez,
sugiriendo que el fundamento de la profesión docente se encuentra en los
saberes provenientes de la biología, la medicina y la antropología; una vez más
se desconoce al profesor como un intelectual capaz de producir sentidos en
torno a su propio quehacer.
Este
desconocimiento histórico le ha significado al profesor una falta de
reconocimiento ante las comunidades científicas e intelectuales, pues
consideran que no es un profesional productor de su propio conocimiento, sino
que se concibe como un sujeto que toma los saberes que se producen en otras
disciplinas para repetirlos; por tal razón, líneas de investigación recientes
se han interesado por realizar estudios que permitan poner en evidencia que el
maestro produce el conocimiento que enseña y que los fundamentos
epistemológicos de su profesión no se pueden encontrar en otras áreas del
saber, sino que se deben buscar en su pensamiento mismo.
En
este marco, se encuentra la línea de investigación sobre el conocimiento del
profesor que desde un enfoque alternativo se ocupa no sólo de cómo piensa el
maestro, sino que se centra en el análisis sobre qué piensa y por qué piensa de
esa manera al momento de enseñar una noción y durante la toma de decisiones que
determinan su quehacer pedagógico. Así, desde esta perspectiva se plantea que
el profesor ha construido un conocimiento profesional que integra los saberes
académicos, saberes basados en la experiencia, guiones y rutinas y teorías
implícitas (Porlán y Rivero, 1998 y Perafán, 2004),
cuya acción se pone en evidencia durante el acontecimiento de la clase.
Entonces,
con el propósito de describir y caracterizar el conocimiento del profesor que
se moviliza en los contextos escolares, se propone la categoría de análisis: el
conocimiento profesional específico del profesor como sistema de ideas
integradas (Perafán 2004, 2011, 2015), desde la cual
se reconoce que:
el
profesorado, desde una epistemología polifónica producida historicamente
por el mismo, ha construido un conocimiento profesional como un sistema de
ideas integradas que asocia a cada uno de los saberes constitutivos del
conocimiento del profesor con un estatuto epistemológico fundante particular
(Barinas y Perafán, 2015, p. 35).
En
este sentido, se entiende que cada uno de los saberes que integran el
conocimiento del profesor tiene un estatuto epistemológico fundante específico;
dichos saberes se ponen en acción al momento de la enseñanza y se explicitan a
través del orden discursivo, que es donde se puede evidenciar la construcción
que realiza el profesor sobre las nociones que enseña, las cuales no sólo
educan sino que promueven la existencia de sujetos.
Para
el caso que ocupa este texto, se hará referencia a uno de los saberes que
integra el conocimiento del profesor, el cual corresponde a los guiones y
rutinas, este se considera como un saber tácito que mantiene el profesorado
durante la enseñanza, su construcción se da en un contexto específico y
representa la secuencia de acciones estructuradas que de forma inconsciente son
implementadas por el profesor en su que hacer
cotidiano.
Guiones y rutinas de acción y su estatuto epistemológico fundante:
La historia de vida.
Desde
la perspectiva del conocimiento del profesor, los guiones y rutinas se definen
como un tipo de saber implícito que se genera en el plano de la inconsciencia,
sirve para preveer los sucesos que ocurren en el
marco de la cotidianidad de la clase (Porlán y Rivero, 1998) y su principio
epistemológico fundante se encuentra en la historia de vida, es decir, se
produce a partir de las vivencias que el maestro experimenta a diario, particularmente
en el aula; aunque, se considera que gran cantidad de los guiones y rutinas que
construye el profesorado provienen de los acontecimientos que surgen en el
marco del proceso de su formación docente: Al respecto es posible afirmar que:
Las
rutinas y guiones son conjuntos de esquemas tácitos que predicen el curso de
los acontecimientos del aula y se generan cuando se es estudiante antes de
ejercer la docencia. Responden a preguntas sobre el qué y el cómo del hacer.
Por su carácter no explícito son muy resistentes al cambio” (Castañeda y Perafán, 2015. p, 15)
Es
así como, bajo esta mirada de comprensión frente al papel del docente, los
guiones y rutinas no se entienden desde un punto de vista instrumental, ni se
asumen como instrucciones que parten de un método y que el profesor debe
aplicar de forma rigurosa en sus clases; sino que, se conciben como enunciados,
frases, anécdotas, acciones inconscientes que se ejecutan con frecuencia en la
cotidianidad de la escuela, y, cuyo sentido es construido por el mismo profesor
sin que sea consciente de ello. Entonces, para poder identificarlos es preciso
profundizar en qué, cómo y por qué piensa el profesor de la forma en que lo
hace al momento de tomar decisiones, mantener acciones dentro del aula o emitir
expresiones de manera sistemática que producen sentidos particulares durante la
enseñanza.
Consideraciones finales
Para finalizar se expondrán algunas ideas que sirven de conclusión
frente a los planteamientos realizados en torno a los guiones y rutinas de
acción del profesorado desde la pedagogía científica:
-
Los
planteamientos realizados por María Montessori fortalecieron las bases teóricas
y conceptuales de la pedagogía científica, desde la cual se impulsó una
transformación del sistema educativo tradicional y se generó una nueva mirada
frente al propósito de la formación de individuos.
-
La
pedagogía científica incorporó en el discurso pedagógico elementos provenientes
de la medicina, la antropología y la biología con lo que desarrolló una visión
de escuela y educación centrada en el logro de un adecuado desarrollo físico,
psicológico y cognitivo del individuo, atendiendo a los estándares de
normalidad propios de la época; así, la escuela se concibió como el espacio
preciso para el desarrollo de tratamientos clínicos con mediación de la
pedagogía.
-
La
terapia médico- pedagógica pretendió mejorar las condiciones de aprendizaje de
la población considerada anormal o antisocial, a partir del uso de materiales
didácticos que privilegiaron el desarrollo de la motricidad, el pensamiento
lógico y la adquisición de comportamientos saludables e higiénicos sobre la
interiorización de contenidos disciplinares, pues el objetivo fundamental era
reducir de forma espontánea las anomalías que caracterizaban a la personas
enfermas.
-
La
pedagogía científica se centra en el aprendizaje, por lo que se desconoce la
enseñanza como un tema importante para comprender los procesos pedagógicos que
se viven en la escuela. De ahí que el papel del profesor se limita a la
aplicación de un método que se considera adecuado para responder a las
necesidades físicas, comportamentales y biológicas del estudiante; a su vez, se
incorporan dentro de sus prácticas la aplicación de instrumentos o test médicos
que le permitan clasificar a los infantes de acuerdo con sus características
para separar a los enfermos de los sanos.
-
Si
bien es cierto, en el método Montessori no se mencionan las expresiones guiones
y rutinas para los profesores, de forma implícita si se le atribuye al
profesorado una serie de tareas que se considera debe realizar de forma
sistemática y frecuente en la escuela, como es la aplicación de instrumentos de
valoración física y comportamental y la ejecución del método de forma rigurosa;
dichas instrucciones se pueden considerar rutinas sugeridas en la escuela, en
la medida en que se constituyen en acciones cotidianas que el maestro lleva a
cabo en el marco de su práctica.
-
El modelo
pedagógico tradicional y la pedagogía científica desconocen el papel del
profesor como profesional que construye su propio conocimiento; en el primero,
se limita la acción docente a la repetición de saberes disciplinares, y, en el
segundo, se incorporan en las prácticas educativas, acciones propias del campo
médico, tal vez, sugiriendo que el fundamento de la profesión docente se
encuentra en los saberes provenientes de la biología, la medicina y la
antropología; una vez más se desconoce al profesor como un intelectual capaz de
producir sentidos en torno a su propio que hacer.
-
A
manera de contraste, se presenta la intención de los estudios actuales sobre el
conocimiento del profesor, con el fin de poner en evidencia que el maestro
produce el conocimiento que enseña y que los fundamentos epistemológicos de su
profesión no se pueden encontrar en otras áreas del saber, sino que se deben
buscar en su pensamiento mismo.
-
Los
estudios sobre el conocimiento profesional del profesor como sistema de ideas integradas
establecen que los guiones y rutinas corresponden a un saber tácito que
mantiene el profesorado durante la enseñanza, su construcción se da en un
contexto específico y representa la secuencia de acciones estructuradas que de
forma inconsciente y particular son implementadas por el profesor en su quehacer
cotidiano.
REFERENCIAS
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[1] María Montessori
(1870-1952) fue una médico, pedagoga y psiquiatra italiana creadora del método
Montessori que se adopto en las Casas de Balbina (casa de los niños).
[2] Ezechia Marco Lombroso
(1835 -1909), conocido con el pseudónimo Cesare Lombroso, fue un criminólogo y
médico italiano, fundador de la escuela de criminología positivista, conocida
en su tiempo también como la Nueva Escuela.
[3] Eduardo Séguin
(1812-1880) fue un médico que trabajó con niños mentalmente discapacitados en
Francia y en Estados Unidos. Había estudiado con el psiquiatra francés Jean
Marc Gaspard Itard, que había educado a Victor of Aveyron, conocido también
como "El niño salvaje".
[4] Las cartillas
biográficas o cuadros biográficos propuestos por Montessori se hacen necesarios
para la buena marcha de las escuelas y se convierten en un instrumento de
control para los maestros (Montero y Moreno, 2011, p. 10).